UN PAÍS EN CONVULSIÓN lll
No era mi intención convertirme en cronista de esta crónica anunciada, de la convulsión que se avecinaba. Pero por tercera semana, el panorama es la de un pequeño país que arde. Decantado se mantuvo en la esperanza en un joven millonario, tras el gran despecho de Moreno y la remoción de Lasso. Confiaban en su riqueza, en su juventud, en sus promesas y las bravuconadas de tiktoks de machetes y cartones. Y en la infaltable fórmula de la culpa de Correa y la corrupción de la Revolución ciudadana. Con tales herramientas, los pobres y los indígenas, maestros y jubilados le entregaron todo.
Sus leyes urgentes, una tras otra, sus declaratorias de guerra interna y de estados de excepción, sus candidatos para cualquier función resbalaban en la Asamblea como jabón en la ducha. Teníamos un país a la carta para el Fondo Monetario internacional, con bajo índice de riesgo, abierto para el retorno de bases militares y a la orden de míster Trump. Decían que el pueblo estaba más satisfecho que nunca y que buenos aires soplaban maravillosos. Nada de temer que tendríamos un Nuevo Ecuador tras la consulta, con casinos y Constitución Nueva.
Quizá por eso se les fue la mano, subieron el combustible del transporte, el comercio y de la agricultura. Y entonces comenzó esta convulsión que me ocupa, con pena, una semana más. Lo extraño es que la mecha no está en la oposición, por demás descuartizada internamente, sino en los que públicamente le dieron el apoyo para un nuevo periodo de gobierno. El movimiento indígena, trabajadores, sindicatos, jubilados, ecologistas, son los que están cerrando vías, y poniendo sangre. El gobierno ha decretado un largo feriado, ojalá sea un tiempo para llegar a un acuerdo, antes que estas convulsiones sean de muerte.