Por una ética civil
La crisis del Ecuador es ética. Sus causas son muy profundas, y se hallan no en los enunciados y teorías sino en la práctica de los valores humanos. Existe una distancia enorme entre lo que se dice y lo que se hace, y esa falta de coherencia trastoca la convivencia ciudadana y vacía la democracia.
En la prensa nacional prevalecen los acontecimientos fatales, las agresiones, los atentados a los derechos humanos, y por desgracia, el maltrato intrafamiliar como herida silenciosa. La política está llena de sobresaltos, acusaciones, pugnas y controversias, mientras los problemas nacionales, regionales y locales se ahondan.
En este tráfago, los roles de la familia, la escuela y los medios de comunicación son importantes, y por supuesto de los líderes que fueron elegidos para servir al bien común, aplicar las normas y contribuir a una paz positiva.
Los códigos de ética sobran, según los expertos, porque están superados por la realidad. Se percibe incertidumbre e inseguridad en los sectores sociales, económicos y políticos. Ante esta situación es necesario invocar alternativas: la ciudadanía espera la palabra y militancia de las universidades, cuyo silencio desespera; los pronunciamientos de personeros de la Iglesia que, más allá de los comunicados, ofrezcan mediaciones; y las acciones de la sociedad civil, que yace adormecida.
Y que todos los ciudadanos -sin excepción- optemos por una ética civil, en defensa de la vida y el Estado de derecho. La vigencia de la democracia depende de cada persona, y no exclusivamente de los gobernantes. ¡Es nuestro turno!
