Devoción de fachada
En Riobamba nos gusta repetir, casi como un mantra, que somos una ciudad de fe, de tradiciones profundas y de amor por lo nuestro. Cada diciembre, con la llegada de los pases del Niño, esa narrativa se refuerza con discursos emotivos, promesas de compromiso y demostraciones públicas de devoción. Sin embargo, basta con salir a las calles para comprobar que todo eso no es más que una fachada.
Los pases del Niño, que deberían ser una expresión genuina de fe y respeto, terminan año tras año dejando la ciudad sumida en el caos. Calles llenas de basura, tráfico colapsado, desorden absoluto y una alarmante falta de planificación. Nadie respeta horarios, rutas ni normas básicas de convivencia. Cada quien sale cuando quiere, como quiere y por donde le da la gana, sin importar el impacto que esto tiene en la ciudad y en sus habitantes.
Lo más grave es la contradicción. Nos golpeamos el pecho hablando de amor por Riobamba, mientras la ensuciamos sin el menor remordimiento. Organizamos eventos cada vez más grandes y ostentosos, pero somos incapaces de asumir la responsabilidad que eso implica. No hay control, no hay organización y, sobre todo, no hay autocrítica.
Seamos honestos: para muchos, los pases dejaron de ser un acto de fe y se convirtieron en la excusa perfecta para el desorden, el alcohol y la fiesta sin límites. La tradición se usa como escudo para justificar comportamientos que, en cualquier otro contexto, serían inaceptables.
Querer a la ciudad no es solo salir en procesión ni hablar de valores. Querer a la ciudad es cuidarla, respetarla y hacerse cargo de las consecuencias de nuestros actos. Mientras no entendamos eso, seguiremos siendo una ciudad que predica fe, pero practica la hipocresía.

