UN CLAMOR EN EL DÍA INTERNACIONAL DE LOS DERECHOS HUMANOS
En el horizonte de la humanidad resuena un grito impostergable: la defensa de la dignidad y la justicia no admite demora ni indiferencia. La celebración del día Internacional de los Derechos Humanos, el 10 de diciembre, no puede ser sólo memoria, sino despertar, urgencia y compromiso. Hoy, la historia nos interpela a todos a romper el silencio y a construir, desde la raíz, una cultura que consagre la vida y la paz como patrimonios inviolables.
El asesinato de cuatro niños en las Malvinas en la ciudad de Guayaquil, hace un año, es una herida abierta en el tejido moral de nuestra sociedad, un dolor que se agrava al saber que quienes perpetraron este crimen fueron militares, hombres llamados por vocación y deber al cuidado y protección de la vida, y no a la represión ni, mucho menos, a la tortura y la muerte de estos niños.
El sufrimiento causado por este acto atroz se multiplica por la traición a la confianza depositada en quienes debían velar por la seguridad y el bienestar, pero eligieron el camino de la violencia y la crueldad. No es simplemente un hecho aberrante: es el eco de una injusticia estructural que clama justicia desde el corazón mismo de la tierra.
Si permanecemos insensibles, perdemos nuestra propia humanidad. Nos urge pasar de la contemplación a la acción profética: a desafiar los sistemas que perpetúan el dolor y a construir, desde el amor, una comunidad reconciliada. Cada vida arrebatada es un llamado a forjar caminos de restauración, verdad y compromiso radical por los derechos humanos de todas las personas. Que los Ecuatorianos escuchemos el clamor de la historia y nos convertimos en constructores de un mundo nuevo, donde la memoria de los niños de las Malvinas sea semilla de justicia y promesa de vida plena. La dignidad humana no se negocia. Es tiempo de esperanza activa, de solidaridad valiente y de profecía encarnada en actos concretos de paz y de justicia.

