LA GUERRA DEL NOBEL DE LA PAZ
Desde hace algunos años se ha ido desvaneciendo el sentido de ese premio. Nació ya bajo el signo de la contradicción, pues el creador del millonario fondo, fue un científico arrepentido de la visión del porvenir del hombre, en cuyas manos dejaba un material temible, capaz de detonar ciudades y humanidades. En su honor, sin embargo, desde que recuerdo, los personajes galardonados, sea de ciencias, literatura o de la paz, guardaban un nivel de prohombres respetados y respetables. Habían trabajado para mostrar méritos suficientes para tan alto galardón.
En el caso de los Nobel de la Paz, eran personas que habían puesto en riesgo sus vidas, para detener guerras, masacres, genocidios de otros pueblos o del suyo propio. Unos ejemplos que me asaltan en este momento: Pérez Esquivel de Argentina o Rigoberta Menchú de Guatemala. Desgraciadamente en la era donde las redes han creado unos embrollos de desinformación tan brutales, que la verdad es una aguja en el pajar y hay un estado de guerra mundial de castas, los favorecidos son los que más presión ejercen para alimentar su estado de propaganda política.
Por eso en el listado de los últimos años entran personajes que lejos de ser paladines de la paz, más bien cuentan entre los mariscales de guerras que han postrado pueblos y asesinado niños sin piedad.
La laureada de este año no es una excepción. Es una activista permanente de la invasión de su pueblo. María Corina Machado de Venezuela disputó con Donald Trump ese premio. Ambos ansiosos halcones prestos a lanzar naves y tanques contra los hermanos de Latinoamérica a quienes no se nos considera dignos de autodeterminación política y fáciles escenarios para la usurpación de sus riquezas y de su futuro. Hoy entregan el premio a la opositora venezolana, bajo protesta de miles de manifestantes en Noruega y otros países, y con el osado discurso del presidente del Nobel opinando sobre el gobierno de un país que quizá ni conozca.

