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¡SABER VELAR!

Se nos va el año 2025, aunque el Año Litúrgico ya lo terminamos el domingo anterior y hoy, con el Adviento, iniciamos uno nuevo.

En medio de tantas luces navideñas, villancicos que ya suenan, mucho apuro por comprar un regalo y pesebres ya armados, iniciamos el Adviento como un susurro que rompe la prisa. Es un tiempo breve, cuatro semanas, en cierta forma discreto, pero que está cargado de una exigencia que no siempre estamos dispuestos a asumir y que es el preguntarnos a qué nos compromete la esperanza que decimos esperar.

No podemos ver al Adviento como un simple preámbulo a la Navidad, ni tampoco el cierre de un calendario que se nos va entre compras y celebraciones. Vivir correctamente el Adviento implica un compromiso a revisar la vida y abrir espacios donde Dios, y el otro, el prójimo, puedan entrar.

En este primer domingo de Adviento estamos llamados a “velar”. Recordemos las palabras del Papa Francisco: “Velar no significa tener los ojos materialmente abiertos, sino tener el corazón libre y orientado en la dirección correcta, es decir, dispuesto a donar y a servir”.

Por eso, el Adviento nos compromete, ante todo, a despertar. No solo de la rutina en la que puede haber caído nuestra vida, sino también de las inercias que nos vuelven indiferentes ante el hermano concreto, de manera especial ante el pobre y el descartado.

Velar, como se nos pide hoy, nos compromete a asumir una actitud vigilante ante lo que realmente importa: la dignidad de quienes nos rodean, la propia coherencia y la capacidad de reconocer la luz en medio de lo cotidiano.

Dejémonos encontrar por Dios, ese Niño que viene a salvarnos y rompamos la indiferencia ante quien hoy nos necesita de verdad.

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